¿Conocen esas películas en las que el personaje va al baño, el apartamento se incendia, un terremoto bloquea la escalera de incendio, el sujeto sube a la terraza, viene un bonito helicóptero para rescatarle, pero a la hora precisa la aeronave explota, el hombre mira hacia arriba y lo último que ve es un meteorito inmenso aproximándose?
Pues entonces: después de lo de Ibope y lo de DataFolha, es más o menos así como mucha gente tiene previsto lo que puede ocurrir los días 7 y el 28 de octubre. O sea: con más o menos sufrimiento, pero una catástrofe.
No solo el golpe. También la dictadura militar sería "legitimada" por las urnas. No solo el neoliberalismo vencería; también el ultraneoliberalismo de modos fascistas.
¿Qué hacer para evitar tal catástrofe?
La primera cosa que hay que hacer es reconocer que lo peor puede ocurrir.
Por supuesto que las investigaciones/análisis deben ser muy relativizados.
Pero para quienes actuaban con soberbia, quienes imaginaban que creceríamos siempre, quienes creían que teníamos un techo infranqueable, quienes creían que nuestra movilización solo se reflejaría a nuestro favor, quienes creían que los golpes en contra del PT (inclusive por los demás candidatos golpistas y hasta por Ciro) ya no causarían más daño, quienes pensaban todo eso o algo por el estilo, realmente entraron en el modo de “miedo aterrorizante”.
Pero hay males que vienen para bien, y si tuviera que ocurrir, mejor ahora que el día 7 de octubre.
Y sirve, además, para demostrar que, contrario a lo que decían ciertos “especialistas”, llenos de “certeza” de que esto “nunca” ocurriría, la extrema derecha sí puede vencer en las elecciones presidenciales. Y, aunque es poco probable, los fascistas se esfuerzan por ganar en la primera vuelta.
La segunda cosa que hay que hacer es entender los motivos por los cuales la extrema derecha amplió su fuerza en los sectores populares.
No es el “conservadurismo moral” la única ni la principal causa, ni el “analfabetismo político”, ni la influencia de los pastores ambiciosos.
La vida del pueblo es dura; gran parte de su educación y formación política cotidiana es propiciada por los mass media, las redes, los templos y las escuelas conservadoras.
Raras veces en la historia, una mayoría relativa del pueblo se adhirió al populismo de izquierda, al desarrollismo nacional progresista o a la izquierda socialista.
En el periodo neoliberal, fueron el PT y Lula quienes lograron establecer una hegemonía de izquierda en sectores sociales que de otra forma seguirían controlados por la derecha.
Y parte del electorado del PT y de Lula proviene de los mismos sectores “moralmente” conservadores, tratados como “políticamente analfabetos” e influenciados por las iglesias conservadoras.
Y lo anterior no les impidió antes, ni les impide ahora, votar por las candidaturas de la izquierda, y esto es prueba de que aquellas variables, tomadas aisladamente y fuera de contexto, no explican nada.
Para crear el ambiente necesario para dar el golpe, arrestar a Lula y criminalizar al PT, los golpistas abrieron la puerta de los infiernos, estimulando a la extrema derecha a ocupar las calles.
Y, al sacar a Lula de la disputa, los golpistas ayudaron a la extrema derecha a penetrar más profundamente en parte de los sectores populares.
Claro que, de la misma manera que en 1964, la derecha "normal" creyó que la "extrema" haría el juego sucio y volvería a casa.
Pero sucede que en medio hay una elección presidencial, y el pueblo no se identifica con la derecha “normal”.
El pueblo está harto de “todo esto que está ahí” y quiere un cambio.
Quiere en el gobierno alguien con la cara del pueblo, simple, de discurso recto, que “hable lo que piensa”, aunque sea “políticamente incorrecto”.
Si Lula estuviese libre, la mayoría del pueblo votaría por él. Pero como no lo está: una parte aún no ha decidido qué hacer; otra parte va a votar por Haddad, porque Lula así lo pidió; y otra parte salió a buscar y cree que encontró otro candidato que es "gente como la gente".
Desenmascarar a este otro candidato, hablando de los defectos que él tiene y que lo llevan a parecerse a una parte de sus (y de nuestros) electores, puede ser tan contraproducente como ciertos ataques que la “tucanada” siempre hizo contra Lula.
Lo que sí puede desenmascarar a la extrema derecha es mostrar lo que ella defiende en el plano económico y social. Es Paulo Guedes, es Temer, es la amenaza de quitar el décimo tercero salario.
No podemos de modo alguno abandonar la defensa de las libertades democráticas, el combate contra el racismo, contra la misoginia, contra la homofobia.
Pero esta pauta no puede estar en el centro de la táctica electoral. En nuestro discurso y aparición pública (mediática, en redes, y en las calles), esta pauta no puede tener un peso desproporcionado a los sectores sociales que necesitamos alcanzar para vencer.
Pues al nosotros centrarnos en la defensa de las libertades democráticas y otros temas citados, al hablarles más a los sectores medios que a los sectores populares, al dirigirnos más a los organizados y convertidos que a las “personas comunes”, acabamos dando una involuntaria pero inestimable contribución al éxito de la propaganda de la extrema derecha.
La tercera cosa que hay que hacer, por lo tanto, es volver a lo básico, y ya que Trump está de moda, vale recordar la célebre ocurrencia de un mercadero gringo: “es la economía, estúpido”.
Quien considera que la extrema derecha es dictatorial, fascista, racista, misógina, fundamentalista y homofóbica, tiende a votar (útil o no) por la izquierda, en la primera o en la segunda vuelta.
Pero si queremos conquistar el voto de los sectores populares, es necesario colocar en el centro no a la “democracia” en abstracto, sino a la democracia real y concreta: empleo, salario, jubilación, precio de la canasta básica, salud, educación, vivienda etc.
Y atención: el pueblo son muchos.
Entre los más pobres y los organizados, la izquierda mantiene su principal fortaleza.
Nuestra mayor debilidad parece estar entre las trabajadoras y trabajadores que ganan entre 2 y 5 mil reales (moneda brasileña), que son personas a menudo influenciadas por el discurso de la "teología de la prosperidad", que pueden ser llevadas a confundir políticas sociales con "ayuda indebida a vagabundos", personas que son estimuladas a temer a los miserables y envidiar los que tienen mucha plata.
Estos trabajadores y trabajadoras necesitan sabe que son, desde ya, víctimas preferidas de un eventual gobierno de extrema derecha. De hecho, la reforma laboral y la tercerización están ahí para demostrar esto.
Y no basta hablar, es preciso tener credibilidad al hablar.
Por eso es errado e inútil hablar de soluciones tipo "gobierno de coalición" o "frente democrático".
Es errado porque ayuda a la extrema derecha a posicionarse: “ellos” contra el “sistema político” (Trump contra Washington).
Y es inútil porque nada de eso gana credibilidad con el pueblo.
La fuerza y la credibilidad de nuestro discurso están basados en un argumento simple e insustituible: Lula.
La cuarta y principal cosa que hay que hacer es salir de la zona de confort
Usar cada minuto libre para conversar con los sectores populares, con los electores indecisos, con la gente que en este momento apoya a Bolsonaro pero que simpatiza con Lula.
Conversar personalmente, pero también en las redes sociales, inclusive si es posible volver a participar en aquellos grupos de los que tanta gente de izquierda salió por no “soportar” lo que estaba viendo y oyendo.
El foco principal de nuestro esfuerzo es la clase trabajadora.
Por otra parte, al volver al tema con que abrimos este texto: cuando el meteoro se acerca, y todo parece estar perdido, ahí sucede algo sobrenatural que salva a nuestro personaje de la muerte que parecía inevitable.
Pero como no estamos en una película, no habrá ningún auxilio sobrenatural. Lo que nos puede salvar de la catástrofe es lo de siempre: una línea política acertada y la movilización militante de la vanguardia de la clase trabajadora. Sin miedo, con firmeza y, claro, contando con un poquito de suerte.
Pues entonces: después de lo de Ibope y lo de DataFolha, es más o menos así como mucha gente tiene previsto lo que puede ocurrir los días 7 y el 28 de octubre. O sea: con más o menos sufrimiento, pero una catástrofe.
No solo el golpe. También la dictadura militar sería "legitimada" por las urnas. No solo el neoliberalismo vencería; también el ultraneoliberalismo de modos fascistas.
¿Qué hacer para evitar tal catástrofe?
La primera cosa que hay que hacer es reconocer que lo peor puede ocurrir.
Por supuesto que las investigaciones/análisis deben ser muy relativizados.
Pero para quienes actuaban con soberbia, quienes imaginaban que creceríamos siempre, quienes creían que teníamos un techo infranqueable, quienes creían que nuestra movilización solo se reflejaría a nuestro favor, quienes creían que los golpes en contra del PT (inclusive por los demás candidatos golpistas y hasta por Ciro) ya no causarían más daño, quienes pensaban todo eso o algo por el estilo, realmente entraron en el modo de “miedo aterrorizante”.
Pero hay males que vienen para bien, y si tuviera que ocurrir, mejor ahora que el día 7 de octubre.
Y sirve, además, para demostrar que, contrario a lo que decían ciertos “especialistas”, llenos de “certeza” de que esto “nunca” ocurriría, la extrema derecha sí puede vencer en las elecciones presidenciales. Y, aunque es poco probable, los fascistas se esfuerzan por ganar en la primera vuelta.
La segunda cosa que hay que hacer es entender los motivos por los cuales la extrema derecha amplió su fuerza en los sectores populares.
No es el “conservadurismo moral” la única ni la principal causa, ni el “analfabetismo político”, ni la influencia de los pastores ambiciosos.
La vida del pueblo es dura; gran parte de su educación y formación política cotidiana es propiciada por los mass media, las redes, los templos y las escuelas conservadoras.
Raras veces en la historia, una mayoría relativa del pueblo se adhirió al populismo de izquierda, al desarrollismo nacional progresista o a la izquierda socialista.
En el periodo neoliberal, fueron el PT y Lula quienes lograron establecer una hegemonía de izquierda en sectores sociales que de otra forma seguirían controlados por la derecha.
Y parte del electorado del PT y de Lula proviene de los mismos sectores “moralmente” conservadores, tratados como “políticamente analfabetos” e influenciados por las iglesias conservadoras.
Y lo anterior no les impidió antes, ni les impide ahora, votar por las candidaturas de la izquierda, y esto es prueba de que aquellas variables, tomadas aisladamente y fuera de contexto, no explican nada.
Para crear el ambiente necesario para dar el golpe, arrestar a Lula y criminalizar al PT, los golpistas abrieron la puerta de los infiernos, estimulando a la extrema derecha a ocupar las calles.
Y, al sacar a Lula de la disputa, los golpistas ayudaron a la extrema derecha a penetrar más profundamente en parte de los sectores populares.
Claro que, de la misma manera que en 1964, la derecha "normal" creyó que la "extrema" haría el juego sucio y volvería a casa.
Pero sucede que en medio hay una elección presidencial, y el pueblo no se identifica con la derecha “normal”.
El pueblo está harto de “todo esto que está ahí” y quiere un cambio.
Quiere en el gobierno alguien con la cara del pueblo, simple, de discurso recto, que “hable lo que piensa”, aunque sea “políticamente incorrecto”.
Si Lula estuviese libre, la mayoría del pueblo votaría por él. Pero como no lo está: una parte aún no ha decidido qué hacer; otra parte va a votar por Haddad, porque Lula así lo pidió; y otra parte salió a buscar y cree que encontró otro candidato que es "gente como la gente".
Desenmascarar a este otro candidato, hablando de los defectos que él tiene y que lo llevan a parecerse a una parte de sus (y de nuestros) electores, puede ser tan contraproducente como ciertos ataques que la “tucanada” siempre hizo contra Lula.
Lo que sí puede desenmascarar a la extrema derecha es mostrar lo que ella defiende en el plano económico y social. Es Paulo Guedes, es Temer, es la amenaza de quitar el décimo tercero salario.
No podemos de modo alguno abandonar la defensa de las libertades democráticas, el combate contra el racismo, contra la misoginia, contra la homofobia.
Pero esta pauta no puede estar en el centro de la táctica electoral. En nuestro discurso y aparición pública (mediática, en redes, y en las calles), esta pauta no puede tener un peso desproporcionado a los sectores sociales que necesitamos alcanzar para vencer.
Pues al nosotros centrarnos en la defensa de las libertades democráticas y otros temas citados, al hablarles más a los sectores medios que a los sectores populares, al dirigirnos más a los organizados y convertidos que a las “personas comunes”, acabamos dando una involuntaria pero inestimable contribución al éxito de la propaganda de la extrema derecha.
La tercera cosa que hay que hacer, por lo tanto, es volver a lo básico, y ya que Trump está de moda, vale recordar la célebre ocurrencia de un mercadero gringo: “es la economía, estúpido”.
Quien considera que la extrema derecha es dictatorial, fascista, racista, misógina, fundamentalista y homofóbica, tiende a votar (útil o no) por la izquierda, en la primera o en la segunda vuelta.
Pero si queremos conquistar el voto de los sectores populares, es necesario colocar en el centro no a la “democracia” en abstracto, sino a la democracia real y concreta: empleo, salario, jubilación, precio de la canasta básica, salud, educación, vivienda etc.
Y atención: el pueblo son muchos.
Entre los más pobres y los organizados, la izquierda mantiene su principal fortaleza.
Nuestra mayor debilidad parece estar entre las trabajadoras y trabajadores que ganan entre 2 y 5 mil reales (moneda brasileña), que son personas a menudo influenciadas por el discurso de la "teología de la prosperidad", que pueden ser llevadas a confundir políticas sociales con "ayuda indebida a vagabundos", personas que son estimuladas a temer a los miserables y envidiar los que tienen mucha plata.
Estos trabajadores y trabajadoras necesitan sabe que son, desde ya, víctimas preferidas de un eventual gobierno de extrema derecha. De hecho, la reforma laboral y la tercerización están ahí para demostrar esto.
Y no basta hablar, es preciso tener credibilidad al hablar.
Por eso es errado e inútil hablar de soluciones tipo "gobierno de coalición" o "frente democrático".
Es errado porque ayuda a la extrema derecha a posicionarse: “ellos” contra el “sistema político” (Trump contra Washington).
Y es inútil porque nada de eso gana credibilidad con el pueblo.
La fuerza y la credibilidad de nuestro discurso están basados en un argumento simple e insustituible: Lula.
La cuarta y principal cosa que hay que hacer es salir de la zona de confort
Usar cada minuto libre para conversar con los sectores populares, con los electores indecisos, con la gente que en este momento apoya a Bolsonaro pero que simpatiza con Lula.
Conversar personalmente, pero también en las redes sociales, inclusive si es posible volver a participar en aquellos grupos de los que tanta gente de izquierda salió por no “soportar” lo que estaba viendo y oyendo.
El foco principal de nuestro esfuerzo es la clase trabajadora.
Por otra parte, al volver al tema con que abrimos este texto: cuando el meteoro se acerca, y todo parece estar perdido, ahí sucede algo sobrenatural que salva a nuestro personaje de la muerte que parecía inevitable.
Pero como no estamos en una película, no habrá ningún auxilio sobrenatural. Lo que nos puede salvar de la catástrofe es lo de siempre: una línea política acertada y la movilización militante de la vanguardia de la clase trabajadora. Sin miedo, con firmeza y, claro, contando con un poquito de suerte.
Nenhum comentário:
Postar um comentário